Infancia, crianza, antecedentes familiares, relaciones sociales, experiencias traumáticas…
Seguimos revisando y buscando los motivos de los delincuentes, explorando las emociones más sutiles que los impulsan. No es para ponernos en sus zapatos y simpatizar, o incluso perdonarlos; no es encontrar razones para exculpar sus crímenes; no es arrodillarse ante la llamada “complejidad de la naturaleza humana”; ni a la introspección de los conflictos sociales, y mucho menos a alienarnos en monstruos. Solo queremos tener un juicio justo, para nosotros y para aquellos que todavía tienen esperanza para el mundo.